Ciudad Gentrificada - Convivencia Robada

Desde hace algunos años venimos presenciando una serie de transformaciones urbanas sin parangón, cuyo origen no está ligado solo a la voluntad de algunos especuladores locales: es un proceso de transformación anclado en dinámicas económicas globales que terminan afectando la convivencia y echando a la gente de sus barrios, los de toda la vida. Esta transformación-hecho se llama gentrificación.

David Harvey, en su libro Ciudades Rebeldes, hace un recorrido sobre el papel que han jugado las ciudades en los procesos de acumulación del capital. Según este autor, la ciudad ha sido históricamente el sitio donde la plusvalía encontraba un lugar para ser invertida y revertir en mayores cantidades de capital repetidamente. Así, las transformaciones geográficas responden no solo a los cambios en los usos del suelo por la población, sino como un modo en el que se genera capital de manera específica. Lo que resulta interesante en la actual etapa de la globalización neoliberal es que todo se está convirtiendo en mercancía, incluso las experiencias y el gozo, por lo que un parque, una zona de bares o un monumento tendrán un papel esencial en la (re)valorización del barrio, algo a lo que la inversión económica está muy atenta.

Coloquialmente es habitual entender que una zona verde en tu barrio es un lugar que genera satisfacción, lo mismo sucede con una plaza bien cuidada, con una estatua que la protagonice, e incluso una terraza donde se pueda estar tomando una cerveza en buena compañía, pero ¿qué pasa si dicha plaza no tiene una sino 15 terrazas? ¿Y si son bares que cierran a las 4 de la mañana? ¿Y si de lo que se trata es de la renovación del Plan Urbanístico de tu zona en conjunto? Lo que sucede es que tu barrio, la zona donde habitas y donde has tejido esos lazos sociales con otros/as vecinos cambia, nuevos usos del suelo público y privado llegan, y lo que podría haber sido una mejora urbanística que te beneficia deviene en una presión imparable que te obliga a irte a otro barrio donde poder vivir tranquilo/a.

 

Retornando a lo que dijimos al principio, estos procesos de transformación urbana vienen regidos en última instancia por el interés económico, que adornado con el lenguaje floreado de la “renovación”, el “mejoramiento” y la “optimización” del uso del suelo, en última instancia modifica los barrios para generar nuevos usos más rentables económicamente. Para el caso de la zona verde o la plaza con monumentos, es habitual ver una subida en los precios de la vivienda tras su instalación, mientras que para el caso de la hipermasificación de terrazas y bares nocturnos resulta ser una primera etapa de expulsión de los/as vecinos/as incapaces de soportar el ruido, seguido de una segunda etapa que permite la modificación de las viviendas para albergar turistas, algo mucho más rentable que el uso habitacional inicial. Desde los estudios urbanos estos procesos son definidos como “gentrificación”, derivada de la palabra anglosajona gentry que alude a los procesos iniciales de los años 80, en los que la llegada de habitantes con mayor nivel adquisitivo desplazaban mediante diversos mecanismos a población de clase baja situada en barrios devenidos interesantes del centro urbano.

Actualmente, existen fuertes procesos de gentrificación en ciudades ibéricas y latinoamericanas, que con algunos elementos particulares de cada lugar, ejemplifican lo que a fin de cuentas es un desplazamiento de población por motivos económicos. El Grupo de Estudios Antropológicos “La Corrala” viene realizando un gran trabajo para describir los procesos que tienen lugar en la ciudad capitalista actual, en donde ve tres elementos básicos: 1) el incremento del precio de las viviendas en vistas de mayores rentas es uno de los ejemplos más plausibles en la ciudad, en la mayoría de las ocasiones vinculado a las viviendas turísticas o a la llegada de nuevos pobladores con mayor poder adquisitivo; 2) la nueva urbanización, que rompe las relaciones de convivencia de las casas populares de los barrios icónicos de las ciudades para extraer renta de la misma; 3) la sobresaturación de terrazas en espacios públicos. En resumidas cuentas, son tres los ejes a los que afecta esta nueva manera de entender la ciudad: la habitabilidad, la movilidad, y el espacio público.

Para el sur de España, los casos de Córdoba, Málaga, Granada o Sevilla son estudiados ampliamente por el carácter agresivo y especulador que conllevan. La alta densidad cultural que tienen por el cruce de tradiciones mediterráneas desde tiempos inmemorables, el sol que las inunda, y la vida callejera tan atractiva para el turista, hace que su patrimonio material e inmaterial sea puesto al servicio del capital. Así, la promoción turística por parte de los distintos gobiernos para establecer una competición entre ciudades sobre quién atrae a más turistas, el monocultivo de hoteles en los centros de ambas ciudades o la multiplicación exacerbada de bares con terrazas ocupando el espacio público, no hacen más que generar un conflicto entre una ciudad vivida por la gente y una ciudad construida como un gran parque de atracciones para el turismo. Sin entrar en el supuesto efecto chorreo de los ingresos por turismo de ambas ciudades, algo manifiestamente debatido por la precariedad de los empleos asociados a este tipo de modelo de ciudad y a la tremenda inequidad en la distribución de los ingresos turísticos, lo que sucede es que la promoción del turismo como motor básico de la ciudad al final llega a ser el único motor por el que se mueven dichas ciudades, y a este motor le estorba el vecino de toda la vida, le sobra la gente del barrio, la que habita la ciudad. Si pensamos en los cascos antiguos de estas ciudades, observamos cómo estos elementos (terrazas, hoteles, viviendas turísticas, grupos ingentes de turistas y tiendas de suvenires) han sustituido cualquier atisbo de vida urbana convivencial, para dar paso al consumo como elemento básico de la vida urbana. Muchos/as vecinos/as se preguntan dónde quedaron los bancos donde comer pipas con los/as amigos/as en las plazas, y por qué ahora solo hay terrazas en donde había espacios de encuentro.

Además, si pensamos en otros barrios que colindan con el centro, vemos como también sucede aunque de otra manera más particular: la atracción de lo bohemio y alternativo. En efecto, barrios como la Alameda en Sevilla o el Albaicín en Granada han sido fruto también de estas transformaciones que indica el GEA La Corrala, en este caso no por medio del turismo sino por la apropiación de lo moderno y alternativo como carácter del barrio, eso sí, sin la gente que lo hizo alternativo en un inicio. La llegada de artistas a un barrio por entonces deprimido como Alameda, donde la droga y la suciedad suponían lo diario, fue el caldo de cultivo para una reinversión y “saneamiento” del barrio con vistas a “hacerlo más habitable” según los discursos oficiales. El problema es que aquellos que lo habitaban originariamente no poseían precisamente poder de adquisición: eran clases bajas que salían sobrando de estos planes ya que poco valor económico podían generar. La regeneración del barrio dio lugar al incremento de los precios de las viviendas, sea de compra o de alquiler, hasta hacerlo hoy en día una de las zonas más buscadas por la población para habitarlo y para visitarlo, y por tanto más caras. En una etapa media se dio la llegada de clases medias capaces de pagar viviendas tras la revalorización, pero a día de hoy ya existe una masificación de viviendas dedicadas a uso turístico que han desplazado a esas clases medias, con plataformas como Airbinb que cooptan el uso de dichos espacios para turistas. Los propietarios, cada vez más con perfil de inversor internacional y menos rentistas de segunda vivienda, multiplican por 5 veces lo que podrían obtener con un alquiler habitacional, algo tremendamente suculento por su rentabilidad. No es casualidad que haya perfiles de Airbnb que enmascaran tras nombres coloquiales como Juan o Raquel[1] empresas turísticas, lo que obviamente entra en disputa con los vecinos que quieren habitar el barrio. Como colofón, los/as vecinos/as sevillanos/as no solo tienen dificultad de acceso a la vivienda, sino que aquellos que quedan como propietarios tienen que sufrir la convivencia con el turismo masivo, en donde abunda el perfil de usuario joven con ganas de fiesta nocturna. Cuando eres el último vecino en vender tu vivienda para que sea destinada a uso turístico y el resto de las casas ya forman parte de este uso, la inhabitabilidad aparece en escena, seguir viviendo se vuelve insostenible.

Lo que resulta curioso de estas transformaciones de la ciudad capitalista con fines de acumulación es que hace uso de lo que popularmente se ha construido en la ciudad para transformarlo en mercancía. En los barrios gentrificados, la atracción y la atmósfera que ha sido construida por sus vecinos y vecinas resulta apropiada con fines especulativos, en donde las elites políticas buscan por igual forjar coaliciones con empresas privadas, asociaciones y otros actores sociales para movilizar recursos a través de los acuerdos público-privados tan de moda en la etapa neoliberal. El resultado es que aquello que es interesante para mantener la atracción de turistas y visitantes que consuman, se queda, y aquello que resulta un impedimento para que se de dicho consumo, debe irse. Un filtro que ya no tiene un rostro de ley, gobierno, o empresa, sino que se complejiza por medio de mecanismos de desplazamiento, que van desde presiones indirectas como la inhabitabilidad y la subida de precios de la vivienda, hasta la presión directa por grupos inversores que fuerzan a vender o abandonar la vivienda. No son pocos los casos de las visitas continuas de compradores de pisos en estas zonas de interés económico, hasta el punto que las promociones de las compañías telefónicas resultan un juego de niños a su lado.

 

Pablo Saralegui Díez

 

[1] En el caso de Lavapiés en Madrid, una de las campañas que realizó el movimiento anti-gentrificación fue el de “¿quién es Raquel?”, aludiendo a un supuesto perfil que poseía un enorme número de habitaciones en la plataforma Airbnb.

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